Blanco de Solera

Blanco de solera en Cabezón

Dicen los aficionados que el buen vino blanco nace en Valladolid, pero se cría en Cantabria. Buena cuenta de la verdad del dicho pueden dar los responsables de Hijo de Martín Sánchez, representantes de la cuarta generación de una estirpe de bodegueros que ha contribuido a agrandar la leyenda de los blancos que se consumen en los bares de la región.

Leer más…

Al estilo de sus vinos, la empresa también ha pasado por las etapas de nacimiento y buena crianza, hasta encontrarse hoy en condiciones de asegurar un nuevo relevo generacional, algo fuera del alcance de la mayor parte de los negocios familiares.

La empresa nació de la mano de Cipriano Sánchez, bisabuelo de los actuales gestores, un arriero de Valderredible que en 1865 instaló un comercio en Santa Lucía –en plena Ruta de los Foramontanos, en la salida de Cabezón de la Sal hacia Castilla– para vender los productos que las carretas traían de la Meseta. El desarrollo del ferrocarril, que terminó con el tránsito de arrieros, y la muerte de una de sus hijas, ahogada en el Saja a pocos metros de la tienda, llevaron a Cipriano a trasladarse a la villa de la sal y a cambiar por completo el negocio para dedicarse al comercio de vinos.

Sin embargo es su hijo Martín el que va a dar el impulso decisivo al negocio, convirtiéndolo en algo muy similar a lo que es hoy en día. El fue el primero en bajar a buscar el vino hasta La Nava, en Valladolid, el mismo lugar de donde viene hoy en día, y sobre todo a él se deben las magníficas soleras, algunas de ellas bicentenarias, en las que cría el vino de Hijo de Martín Sánchez. El trabajo no era entonces, últimos años del siglo XIX y primeros del XX, muy distinto al actual, haciendo la salvedad de los medios de transporte y de la maquinaria para el trasiego de los caldos. El vino llegaba de La Nava a Cabezón de la Sal, era trasladado a los barriles y en ellos se producía el milagro de la transformación de un vulgar vino blanco en un auténtico blanco de solera. “Los vallisoletanos no conocen el blanco hasta que lo prueban aquí, eso nos lo dicen ellos mismos”, asegura el actual Martín Sánchez, nieto de quien da nombre a la bodega. El secreto, corroboran Martín y su hermana Inocencia, está tanto en el clima de Cantabria, húmedo y sin grandes variaciones de temperatura, como en las propias soleras. Y la calidad de estas últimas es en buena parte responsabilidad del abuelo.

Martín Sánchez se preocupó durante toda su vida de adquirir los mejores barriles, muchas veces procedentes de bodegas que cerraban pero también con orígenes más extraños. Se cuentan entre éstos los que llegaron a la costa de San Vicente de la Barquera tras el naufragio de un barco francés, en los años de la primera guerra mundial, o los venidos directamente desde Cuba, cargados de ron de La Habana. Los bodegueros competían por las mejores cubas igual que hoy los clubes de fútbol se disputan los mejores fichajes, en una carrera en la que casi siempre fue primero el vinatero de Cabezón de la Sal, al que pocas cosas se le ponían por delante, como recuerda Inocencia: ”Fue un escándalo muy comentado en toda la provincia aquella vez que el abuelo compró una barrica pequeña, de sesenta litros, por 25 pesetas, una cantidad desorbitada para la época; Martín se ha vuelto loco, decía la gente”.

La solera de 25 pesetas, como las de las desaparecidas bodegas de El Calvo de Torrelavega, de Azcárate o Compostizo y las francesas del naufragio, siguen criando blanco en las instalaciones de Martín Sánchez de Cabezón y Torrelavega, y son en buena medida responsables del sabor y la calidad del vino y, en resumen, de las cualidades que han hecho posible la extraordinaria longevidad de la empresa. “Mientras exista afición por el buen vino no nos van a faltar clientes”. Los problemas de espacio propios de las grandes ciudades han reducido el número de bares que cuentan con soleras en las que almacenar el vino, lo que condiciona en parte la actividad de Hijo de Martín Sánchez. Es un problema que, sin embargo, no se da en el ámbito rural, donde se sigue trabajando más o menos igual que siempre.

Siglo y medio de existencia es tiempo suficiente para reunir una buena colección de anécdotas, pero las que más peso tienen en el recuerdo de los Sánchez, curiosamente, son las que hacen referencia a las dificultades de otros tiempos, la mayoría de las veces marcadas por los conflictos bélicos. Es el caso de las andanzas del abuelo entre los dos bandos en la última de las guerras carlistas, o las penurias provocadas por la contienda de 1936 y la larga posguerra. Unos años en los que el camión de la bodega llevaba a un pasajero de más, un guardia civil, cuando transitaba entre Puentenansa y Carmona, una de las zonas en las que operaba el famoso Juanín. “Mi padre –recuerda Martín– le pidió finalmente al comandante de Puentenansa que no nos pusiera escolta, que si salía Juanín le dábamos gustosos el dinero; todo para evitar un cruce de disparos en el que seguro que iban a producirse heridos”.

También es motivo de recuerdo el duro trabajo que suponía el trasiego del vino, con bombas que funcionaban a mano, o el llenado de los pellejos y el transporte, realizado primero en carretas y después en destartalados camiones mil veces remendados. A principios de siglo, los difíciles viajes a Castilla dieron pie a Fernando Cueto, un capitán de la marina mercante, natural de Cabezón y muy aficionado a la poesía satírica, a dedicar una copla al continuo ir y venir de Martín Sánchez y Enrique Díaz, otro bodeguero de la zona, entre Cantabria y la meseta:

Dos montañeses salieron
A la patria del Quijote
Dicen que son vinateros
Si lo son lo son de mote.
Texto de Jose Ramón Esquiaga. Publicado en julio 2000, Cantabria Negocios.

Compartir:

Top
Left Menu Icon