Palacios de Cabezón
La arquitectura nobiliaria deja una profunda huella en el espacio rural durante la Edad Moderna. La geografía cántabra está salpicada de palacios que podemos considerar barrocos, no porque estilísticamente sus trazos se correspondan con el ideal y gusto estético característico de esta corriente artística, sino porque cronológicamente, se corresponden con el siglo en el que esta se impone en la montaña, el siglo XVIII.
Palacios en el municipio de Cabezón de la Sal.
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Palacio de Gómez de la Torre
Sede de la casa-museo de Jesús de Monasterio en Casar.
Palacio de La Bodega
Palacio urbano del siglo XIX de estilo neoclásico situado en Cabezón.
Palacio de los Haces
Sede del museo de La Naturaleza de Carrejo.
Palacio de Gayón
Palacio construído a mediados del siglo XVII y situado en Santibáñez.
En nuestro municipio contamos con algunas muestras de palacios, que suponen una evolución del modelo de casa montañesa, con la que presentan paralelismos. Lógicamente los materiales, la ornamentación, la propia estructura y los elementos arquitectónicos, se organizan de manera que actúen como vehículo para evidenciar la posición socio-económica del propietario, su situación dominante.
A este interés responden dos particularidades de estos palacios. Por un lado las capillas privadas y por otro las torres, construidas en un período sin grandes conflictos sociales. Estas estructuras por tanto pueden ser interpretadas como elementos simbólicos, alardes de la condición nobiliar del individuo, un factor diferencial más entre los poderosos y los humildes.
En lo que se refiere a los palacios, no existe una tipología tan definida como en el caso de las casonas, ya que su construcción se ha prolongado desde finales de la Edad Media hasta el siglo XX. Una de las diferencias más claras entre las casonas y los palacios, reside en la funcionalidad de los espacios. En la casona el uso agrícola y ganadero es dominante, es una construcción que aunque intenta destacar sobre otras usando más ornamentación, nunca deja en un segundo plano su carácter rural y agrario. Los palacios, sin embargo, se corresponden con una edificación más señorial y elitista, donde importa más la apariencia y la diferenciación social que la funcionalidad.
Muchos palacios son de origen histórico, vinculados a la antigua nobleza cántabra e incluso reedificados en solares donde ya a finales de la Edad Media existía una torre o una pequeña fortificación. Generalmente los palacios aparecen como edificaciones aisladas, rodeadas por grandes fincas y con edificaciones anexas como son cuadras, almacenes, viviendas de empleados, molinos y en muchos casos incluso capillas privadas. Se trata de construcciones de gran calidad arquitectónica y artística, porque la ejecución se encargaba a artesanos cualificados y no se escatimaba en la calidad de los materiales.
Uno de los elementos más singulares de los palacios montañeses lo constituyen las capillas, que se edifican o bien adosadas a la vivienda principal o bien dentro del propio recinto palaciego. Estas construcciones, a pesar de sus reducidas dimensiones, son de una gran riqueza arquitectónica y plasmaban todo el esplendor y poderío de sus dueños.
En la Edad Moderna (siglo XVI a XVIII) en casi todos los núcleos de población pertenecientes al Valle, existían una o dos familias de notables; en virtud de los datos del Catastro del Marqués de la Ensenada, podemos concluir una escasa división social entre los vecinos del concejo de Bustablado, todos labradores.
Una serie de linajes de familias acaudaladas quedarán ligadas a la historia de Cabezón desde estos momentos. A los Cos, o Guerra que mediatizaban la administración local medieval, se unen en la Edad Moderna otras casas, como la de los Gómez de la Torre en Casar y Riaño de Ibio; Gayón en Carrejo; Ríos en Ontoria y los Barreda, Ygareda, Fernández de la Reguera o Ceballos en Cabezón de la Sal. Estas últimas, habituales en cargos administrativos y monopolizando actividades de gran rentabilidad económica; como administradores de las salinas (a las que quedan ligados los apellidos Barreda e Ygareda); o incluso escribanos (Ríos en el Apeo de Pedro Alfonso de Escalante).
Es singular el caso de las dos ramas en las que se divide la familia Gómez de la Torre; la originaria de Casar, cuyas raíces se hunden más allá del siglo XVI, cuando esta familia promueve la construcción de la Ermita del Carmen, y la derivada de Riaño de Ibio.
Supone esta estirpe, un paradigma de las relaciones que, entre estos grupos familiares y la sociedad se establecen y perpetúan. Ambas ramas de la familia tendrán un extraordinario potencial económico en el siglo XVIII, de manera que actúan como dirigentes de la comunidad local, tanto en la vida diaria como en la actividad pública. Sebastián Gómez de la Torre, vecino de Periedo es un claro ejemplo; recibe en 1558 el nombramiento por parte del Duque del Infantado, de Alcalde Mayor del Medio Valle de Cabezón, a consecuencia del fallecimiento de su padre, observándose la tendencia a convertir los cargos en hereditarios. Nacido en torno a 1708, convertido en caballero de la orden de Santiago, llegará a ser Intendente de los Reales Ejércitos y Gobernador de las Islas Baleares. Fue el promotor del que hoy conocemos como Palacio Jesús de Monasterio.
Ambas ramas familiares, exteriorizan su posición de supremacía dentro de la comunidad con sendos palacios, en Casar y Riaño de Ibio. El más ostentoso es éste de Casar, al contar con torre propia e incluso con una ermita, construida por esta familia en el siglo XVI.
El poder de familias como las que nos han servido de ejemplo, y la pugna con sus rivales, les llevaría a la formación de banderías nobiliarias. Los abusos de los grupos que organizaban, afectarían a los Concejos y pequeños propietarios, sufridores de saqueos y homicidios, pero también responderían a pugnas por el poder entre iguales.
Para luchar contra las bandas, en 1517 la reina doña Juana emite una Real Provisión, al objeto de acabar con los conflictos en el entorno de San Vicente de la Barquera. Advierte y amenaza a señores, figurando entre otros, Juan de la Guerra y Sancho de Cos. Estos linajes son propios del valle de Cabezón, por lo que no es descabellado pensar que estos, estuviesen sino participando en los hechos, amparando a los delincuentes. Incluso cabría pensar en la posibilidad, de que se tratase de la misma persona, Sancho Vélez de Cos, que al paso de Carlos V por Cabezón da alojamiento al monarca y todo su séquito, con lo que podemos hacernos una idea de su verdadero poder.
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